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La madre de Frankenstein

Joaquín Medina Ferrer

Quinta y penúltima entrega de la serie que Almudena Grandes dedica al largo tiempo de la posguerra española. Después de esta novela solo restará Mariano en el Bidasoa, obra que la autora piensa dedicar al fenómeno ahora tan de moda de “los topos”. Esperemos.

De todos los buenos lectores es sabido que con esta enciclopédica saga Almudena Grandes realiza un homenaje de gratitud y reconocimiento a los Episodios Nacionales galdosianos. Además de titular la serie completa como Episodios de una guerra interminable, nuestra autora no duda en proclamar un paralelismo indudable con la obra del gran escritor canario:

Si he querido llamarlas Episodios – decía Almudena – ha sido para vincularlas mas allá del tiempo y las limitaciones a los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós, que para mí es, como he declarado en muchas ocasiones, el otro gran novelista – después de Cervantes – de la literatura española de todos los tiempos.

Hablaba más arriba de que la serie finalizaría con una novela dedicada a aquellos que por miedo a represalias cierta y seguras vivieron muchos años escondidos. Los topos del franquismo. Años de topos y trincheras infinitas. Cuarenta años de confinamiento. De estos años da cuenta también La madre de Frankestein.

Comienzo a escribir esta reseña cuando se cumplen los cuarenta días de esta cuarentena sin fin. Una cuarentena que parece empeñada en no respetar ni siquiera su nombre Huelga decir que también he leído la novela durante este estado de alarma.

Caigo ahora en la cuenta de que todas las novelas que durante este periodo he ido leyendo o releyendo tienen en el fondo un tema común, esa reclusión forzada a la que, unos más y otros menos, nos podemos ver sometidos en algún momento de nuestras vidas. Dicen que el coronavirus, los coronavirus que en el mundo han sido, nos iguala. No es del todo cierto. Hay confinamientos y confinamientos. Cubículos y palacios. Soledades y deseos reforzados.

También son diferentes los confinamientos literarios.

Comencé con La peste. Un clásico. Un renovado best-seller. Camus, sirviéndose de ese médico ejemplar, Bernard Rieux, narra la lucha contra un mal indefinido y epidémico que asola la ciudad de Orán. Han sido muchos los lectores que han aprovechado estos días extraños para revisitar la Orán cerrada. Una historia que combina una frialdad casi aséptica en las descripciones del mal innombrado con ternísimas historias de una humanidad redentora.

Al tiempo que tecleo en el ordenador las teclas que darán forma al apellido Rieux suena muy de fondo en la radio la voz de Fernando Simón, la imagen pública de estos tiempos raros. Otro que después de tanta crítica exacerbada y malévola como está recibiendo habrá de pensarse si en esta España nuestra no le habría traído más cuenta en vez de dar la cara, siempre hay quien quiere romperla, haberse encerrado en su despacho.

A esta lectura de un autor tan reconocido siguió la obra de un escritor casi en ciernes. De un famoso Nobel a un prometedor autor novel. ¡La broma era fácil!En Sobre la nostalgia y el olvido Rodolfo Padilla nos narra en varios cuentos cortos otra historia de confinamiento. A partir de un cuadro de Hopper, el pintor de la soledad, el joven escritor se adentra en la mente y en los miedos de Ferreira, el protagonista que hace de hilo conductor de todos los relatos, otro halcón en la noche, uno más en hacer de su vida una continua lucha contra la soledad.

Y de nuevo, otro novelista distinguido con un Nobel. En este caso el portugués Saramago. Un pequeño cuento. Casi un divertimento. En esta ocasión el autor se aleja de la densidad narrativa de sus grandes obra y nos deja una joyita no por ligera menos valiosa. El cuento de la isla desconocida. La narración del deseo por alcanzar una isla que simboliza, frente a la idea del continente, el terreno en el que habitan los sueños inalcanzables. El barco que el protagonista demanda al rey para poder alcanzarla se convierte también en una pequeña Orán flotante. Más confinamiento.

Cambio de tercio. Sidi de Arturo Pérez Reverte. Un autor prolífico. Casi un escritor en serie. La lectura de algunas de sus novelas me proporcionó muy gratos momentos. Si tiro de recuerdos retornan pronto a mi cabeza Coy, el protagonista de La carta esférica, con el que descubrí que existía una ginebra de color azulado y, como no, el capitán Alatriste. No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente…

En esta ocasión el antiguo corresponsal de guerra retoma el personaje del Cid. Una novela distraída. De aventuras y alardes de vocabulario guerrero. De honor a la manera medieval. De un hombre también encerrado en sí mismo. Confinado bajo un yelmo y sometido a las exigencias de saberse un mito. El peso de ser una leyenda en vida.

Más lecturas. Un viejo que leía novelas de amor. Un título que predispone al equívoco. Son muchos los que al citarlo cambian el antiguo artículo indeterminado por el determinante actual. El viejo… Ese pequeño cambio, creo, trastoca toda la filosofía de la obra. Luis Sepúlveda, el autor chileno recientemente fallecido por mor del coronavirus, Covid-19 del que desconocemos hasta el género, da vida a Antonio José Bolívar, hombre blanco que ha de vivir, sobrevivir más bien, recluido bajo el paraguas del pensamiento shuar. ¿ O puede que, en realidad, fuera Bolívar un indio amazónico escondido bajo un disfraz? En cualquier caso, de nuevo, un nuevo episodio de aislamiento.

Toca ahora una lectura pendiente. Anna Karénina. Como decía alguna canción por sus olas navego. Pero ya se adivina otra historia adecuada para estos tiempos que corren. Anna en continua duda. Confinada en sus sueños. El viejo Lev Tolstói, por cierto el primer escritor derrotado en la lucha por el Nobel, ya que mencionábamos escritores reconocidos con tal galardón, indaga en el alma femenina (¿existe el alma femenina?). La aristócrata mundana, festiva y palaciega tiene también su propio cubículo. El cubículo en el que no habita más que ella con su soledad y sus sueños por única compañía. Como una novedosa santa Teresa extática, la santa que deja de ser andariega y de la que ahora me hablan mis críos de Arte en sus trabajos a distancia. Otra dramática experiencia esta de conocer a Bernini sin el sonido de la palabra viva. Veíale en las manos un dardo de oro largo…

E intercalada en algún momento entre estas lecturas La madre de Frankestein, la novela a la que debía la reseña, esta reseña que transcurre casi por su mitad sin que apenas haya hecho mención a ella.

Decía más arriba que ahora La madre de Frankestein es una lectura adecuada. Tanto por el tiempo en que transcurre, la España de los cincuenta, como por el suceso que narra como trasfondo.

Almudena Grandes desarrolla en paralelo dos historias no tan separadas. La miseria social y política en la que vivía una España confinada, aislada de Europa y del mundo, refractaria a toda conexión con el mundo exterior y, aunque fuese una situación forzada, orgullosa de ello. De su pureza. Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos.

Y al par la historia, real también, de Aurora Rodríguez Carballeira, recluida en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos por el asesinato de su hija Hildegart. Reclusión física pero también encierro individual. Aurora con sus pensamientos. Con sus silencios prolongados. Con sus muñecos de trapo a los que, como el Dios de la Sixtina o el carpintero de Pinocho, soñaba con insuflar vida.

Al hilo de la atención médica a Aurora se va tejiendo la trama de la novela. Almudena Grandes, no olvidemos que estamos ante una serie de novelas engarzadas, los Episodios, retoma personajes de novelas anteriores a los que va, podríamos decir, subiendo de nivel, y los mezcla con nuevos personajes y hechos reales.

La relación entre Germán Velázquez, el médico que, desde la moderna Suiza, llega a Ciempozuelos con el ánimo de introducir en España la nueva psiquiatría humanista, heredera en parte de Freud; y María Castejón, la joven auxiliar de enfermería que será la llave con la que el doctor conseguirá en parte, solo en parte, penetrar en el cerebro de Aurora va dando pie a multitud de tramas colaterales. Tramas que, a mi juicio, nos van apartando de lo que constituye, y de hecho da título a la novela, la que debiera ser la parte central del argumento.

Hablando, de manera virtual, días pasados de esta novela comentaba, medio en serio, medio en broma, que Almudena Grandes podría perfectamente ser guionista principal de esas series de Netflix que como los zarcillos de cerezas en el frutero, se van enganchando sin parar. Sigues comiendo cerezas, sí, pero ya de manera casi obligada, sin el gusto con el que saboreaste las primeras.

De nuevo aprovechando esta reclusión forzada veo, puede que mejor sería decir me trago, varias de esas series por temporadas. Breaking Bad, Ozark, Bloodline. Todas presentan una característica común, cuando parece que los personajes se agotan se introducen en la trama nuevos elementos, un hijo del que no se sabía nada, un antiguo amor juvenil, un amigo de juventud que pasaba por allí, un presidiario que sale de la cárcel con sed de venganza… Cuando vas por el capítulo digamos que treinta comienzas a pensar ya en cuántos capítulos quedarán aún.

Algo parecido, salvando la distancia, me sucede con las grandes novelas de Almudena Grandes -¡ha salido así! Grandes por su calidad literaria, que sin duda la tienen, pero grandes también por excesivas. Pastora, la viuda de buen ver con la que Germán se distrae, y ella con él, durante algún tiempo, sería ejemplo de eso que quería señalar. ¿Era necesaria su presencia? Hay bastantes más casos así.

Esta cuestión, la del tamaño medido en páginas, sería también una importante diferencia entre los Episodios de Almudena y los del maestro canario. Don Benito, pese a ser tildado de garbancero, aligera bastante el más el peso de cada uno de ellos. Cuestión de estilos.

La historia que da origen a La madre de Frankestein es uno de esos sucesos de nuestra historia que previsiblemente hubiera debido dar lugar a muchas más obras tanto literarias como cinematográficas o teatrales.

El asesinato de Hildegart Rodríguez conmocionó a la sociedad española a la altura de 1933. A su entierro acudieron miles de personas. Pero en vida el fenómeno Hildegart ya había sido seguido, y estudiado, en muchos países europeos. Ejemplo de precocidad forzada la niña leía y escribía con apenas dos años, mecanografiaba a los tres, con diez hablaba con fluidez inglés, francés y alemán, con dieciséis ya era abogada, estudiaba Medicina, participaba en actos propios de la izquierda progresista, organizaba agrupaciones de mujeres por la libertad sexual…Y todo, casi todo, a instancias de una educación espartana con la que la madre, Aurora Rodríguez Carballeira, intentaba demostrar al mundo entero cómo serían las mujeres del futuro.

Imagen de Aurora tal como acudió a ser juzgada por parricidio

A los dieciocho años el sueño de Aurora se desbarató. Hildegart quiso volar. Unos dicen que fue el amor. Otros insinúan que el escritor inglés H. G. Wells quiso llevarla a Londres y que ella estaba dispuesta a aceptar la oferta… en cualquier caso Aurora sintió que perdía el control. Cuatro tiros. Y al manicomio.

El sueño de la razón produce monstruos. Así tituló Goya uno de sus grabados. Uno de sus Caprichos. En la versión de Aurora un disparate.

Pienso ahora en casos parecidos. ¿Cómo criar genios? László Polgár convirtiendo a sus tres hijas, Zuszsa, Sofía y Judith en precoces maestras del ajedrez. Padres empeñados en hacer de sus hijos tenistas que lleguen a estar, y pronto, entre los diez más destacados del circuito, en el top ten, la lengua pirata siempre asoma, a toda costa. Niñas prodigio. judygarlands y joselitos. Juguetes rotos. Aunque los finales sean distintos y, afortunadamente, no siempre tan dramáticos.

Las convulsiones del final de la república y el estallido de la Guerra Civil hicieron que el caso Hildegart cayera pronto en el olvido. La madre, la autora de los disparos, fue condenada a cerca de treinta años de reclusión. La pena la cumpliría en el Manicomio de mujeres de Ciempozuelos, un pueblo próximo a Madrid. En ese manicomio moriría en 1955, cumplidos los 76 años. Siempre manifestó que no se había arrepentido de matar a su hija y proclamó que volvería a hacerlo.

Saturno devorando a uno de sus hijos

Desde aquel juicio, en el que intervino como perito el Vallejo Nájera partícipe también de nuestra novela, en el que se acabó dictaminando la enfermedad mental de Aurora el caso dejó de interesar.

Quitando algún estudio académico fue un periodista de ideología anarquista, Eduardo de Guzmán, el único en acercarse a la figura de la niña Hildegart. De Guzmán, condenado a muerte en el mismo proceso que condenó también a Miguel Hernández, vio finalmente conmutada su pena. Obligado a dejar el periodismo sobrevivió escribiendo a cientos novelas del oeste que firmaba con seudónimo. Edward Goodman, Eddy Thorny, Richard Jackson, Anthony Lancaster… Puede que yo lo leyera entre las novelitas aquellas de tapa amarilla de la editorial Bruguera que alquilaba en busca de Marcial Lafuente Estefanía, Zane Grey o Karl May. Con su nombre auténtico recuerdo haber seguido sus artículos en la revista Triunfo cuando la dictadura se acercaba a su fin.

En 1972 Eduardo de Guzmán publica Aurora de sangre (Vida y muerte de Hildegart). El libro, hoy descatalogado e inencontrable, tuvo cierta repercusión y sirvió de guion a una película dirigida por Fernando Fernán Gómez, Mi hija Hildegart.

La película, así lo reconoció el propio director que decía que “ el tema le había sobrepasado”, no pasa de mediocre pero sirvió para resucitar momentáneamente a Hildegart. Cuando se estrenó coincidió con aquello que se dio en llamar “ la apertura”. Y Fernán Gómez hubo de pagar su peaje. Desnudos por exigencia del guion incluidos. Amparo Soler Leal, una de las grandísimas secundarias del cine español, puso cara a Aurora. De Hildegart hizo Carmen Roldán una de esas actrices fugaces que apenas participó en más rodajes. La película dejó para la historia un magnífico cartel de promoción.

Hoy Almudena Grandes rescata como germen de su última novela aquella historia, ¿ de amor?, de la madre paranoica y la la hija superdotada. Por sus páginas desfilan personajes de ficción junto a otros reales y sucesos de fondo de gran importancia histórica.

Entre los personajes creados por la autora destacan, evidentemente, Germán Velázquez y María Castejón. Germán viene a representar el médico avanzado y de ideología progresista que une a ello una indudable altura moral. Hay quien piensa que puede ser una reproducción idealizada de lo que supuso el modelo de psiquiatría social y humana que en los últimos años cincuenta intentaron difundir, sin éxito, personalidades como Carlos Castilla del Pino y Luis Martín Santos. María es un modelo de mujer que, desde la nada, va forjándose un futuro que la llevará a Londres donde consigue alcanzar su sueño de trabajar como enfermera. En un reconocido hospital. Con homenaje a la multiculturalidad incluido. Siempre alegre y desenvuelta , constituye el contrapunto de Germán. Y algo extraño: personajes tan comprometidos y “modernos” no consolidan su historia de amor a causa de “los inconvenientes sociales. Me chirria. Como me chirria igualmente esa desenvoltura masturbatoria con la que María ridiculiza al que iba a ser su esposo.

Girando alrededor de ellos van surgiendo otros protagonistas secundarios, el doctor Méndez, compañero de Germán y homesexual que lucha contra el régimen franquista de una manera más íntima; las hermanas Belén y Anselma directoras sucesivas del manicomio pero tan antagónicas; Juan Donato, ese auténtico verraco con el que la monja mala quiere que se case María; Paloma, de la que ya hablamos más arriba; José Luis Robles, antiguo discípulo del padre de Germán, que mantiene con nuestro médico una actitud ambigua en continua duda entre lo que le dice la amistad y lo que le recomienda la discreción; Alfonso Molina, el señorito dispuesto a cazar cualquier pieza que su desvergüenza atisbe; los muchos integrantes de la familia Goldstein tan diversos y tan necesitados todos de tratamiento, al viejo Samuel podría aplicarse aquello de que en casa del herrero…

Son multitud estos otros papeles debidos a la imaginación de Almudena Grandes. Tantos que , acertadamente, como en los grandes libros de Tolstói, la autora incluye al final de la novela una guía pormenorizada de todos ellos y sus características más relevantes.

Algo en lo que todos se parecen, puede que sea algo obligado en una obra de este tipo, es en su carácter maniqueo. Desde el primero al ultimo de los personajes la caracterización es radical. Cada uno de ellos o es bueno, bonísimo, o malo, malísimo. El color gris está ausente. Algo impropio cuando este es el color con el que se suele identificar a la España de aquellos años.

Y junto a ellos los personajes que realmente existieron. El papel destacado, lógicamente, lo desempeña Aurora. Junto a Germán y María una de las tres voces narradoras en primera persona que se intercalan en la novela. Ya hemos hablado de ella y de sus sueños. Dibujada como paranoica de manual solo, en determinados momentos, creerá no ser perseguida. En mi opinión su drama se diluye un tanto y queda como la pata más corta en un trípode que cojea.

También cobran importancia los dos psiquiatras que en la España franquista coparon las loas del oficialismo, Antonio Vallejo Nájera y Juan José López Ibor.

Enfrentados unas veces y cómplices otras representan, copiemos a Marx, la miseria de la psiquiatría. De sus logros y hazañas más merece la pena ni siquiera recordarlos. Cuanto antes se olviden mejor. Lástima que sus apellidos se perpetúen. Lástima también que sus nombres hayan nublado otros. Pienso ahora ¡amistad obliga! además de en los ya citados Castilla del Pino y Martín Santos en Ramón Rey Ardid, el psiquiatra zaragozano tan entregado a la causa del ajedrez. También en José Rallo, famoso hincha del Atleti, ¡lo que ya es prueba de su mentalidad!, y en José María Esquerdo, precursor de clínicas más abiertas frente a la reclusión perpetua de los internos.

Son bastantes más los nombres reales que van apareciendo. Juan Botella, el abogado que renuncia a defender a Aurora; Pepito Arriola, el sobrino de Aurora al que esta educa en parte, como un ensayo de lo que posteriormente haría con Hildegart, concertista precoz que acaba en el olvido; Leopoldo Eijo, el obispo firmante de la declaración de la guerra española como cruzada…

También en La madre de Frankestein aparecen sucesos de esos que merecerían una mayor divulgación para conocimiento de todos. Hechos todos ellos cuyo olvido debería avergonzarnos La batalla de Madrid, la travesía a Argelia de los exiliados republicanos en el Stanbrook, el robo de niños recién nacidos, la Desbandá malagueña, tan cercana y tocante a nosotros y tan desconocida… Aunque solo fuera por esa recuperación de la memoria ya hemos de sentirnos agradecidos todos a Almudena Grandes.

Y no. No me olvidado de Hildegart. En estos días de estado de alarma maestros y profesores se empeñan, nos empeñamos, en conseguir que los niños confinados sigan realizando tareas y ejercicios. Las nuevas tecnologías al servicio del sistema tradicional. ¡Cuanto más, mejor! ¡No vayamos a perder el curso! ¡Avancemos cuanto se pueda!

Aurora, como cada uno de nosotros con nuestros alumnos, quería, sin duda, lo mejor para su hija. Le proporcionó todo. Le dedicó cada hora de su vida. Cada uno de sus sueños. Pero se le olvidó añadir entre los temas a explicar y enseñar en las clases algunas dosis de felicidad y de libertad de elección. Hildegart, jardín de sabiduría significa su nombre germánico, fue un prodigio. Un predestinado dechado de conocimientos. Yo estoy seguro de que Hildegart, brillante oradora, multilingüe y universitaria, se habría cambiado sin dudarlo por la pequeña y sencilla niña que cogia flores a la orilla del lago en cuyas aguas se reflejaba el rostro de Frankestein.

Ya el anciano Francisco de Goya, profundo conocedor de la naturaleza humana, sabedor más por viejo que por demonio de adónde podría llegar un ser humano, lo había aventurado. El sueño de la razón engendra monstruos.

Seguimos leyendo en casa

Cuando veo por la tele las múltiples ocupaciones que la gente inventa durante el confinamiento para no acercarse a un libro, abrirlo y zambullirse en una ventana a tantos mundos lejanos y cercanos…

Nuestras chicas y chicos siguen leyendo… y la magia de la literatura actúa sobre ellos.

 

EN CASA LEEMOS- cartel